No es una situación cómoda. Uno, generalmente, no tiene obligación de hacerlo pero siente la necesidad. Aunque parezca mentira, por obligación es más fácil. A veces se sabe de qué, pero no se sabe cómo. Primero parece normal, después desespera. Muchas veces se entra en pánico y se termina por desistir de la idea. A veces uno logra sobreponerse. El síndrome de la hoja en blanco es, para aquel que gusta del placer de escribir, un enemigo de proporciones inconmensurables.
Digo esto porque muchas veces ataca la propia estima, uno no se siente capacitado para escribir y, es por eso, considera, que no le brotan las palabras que clarifiquen la idea.
No conozco aún un método que garantice la victoria sobre este monstruo. Lo que sí es cierto, es que hay que escribir en el momento que a uno le empieza a rondar la idea. Si se deja para otro momento...se complica, no aparece la primer frase y se derrumba el ideario. Si ocurre al momento de sentarse frente a la máquina, no hay como un café o un té, bajar las luces para evitar distracciones y garabatear la primer pavada que a uno se le ocurre. Por ahí muta en su propio beneficio y ganamos todos. A veces no muta, se va a la carpeta borrador y nos averguenza unos pocos meses después.
De hecho, si miro mi carpeta de borradores me pongo bordó...pero me resisto a borrarlos...
Otras veces el pánico nos gana y no sale ni el primer garabato. Generalmente eso pasa cuando la idea está inmadura. O no le dimos un correcto inicio o no sabíamos como terminarla. Si falta una de las puntas el fracaso se lleva el éxito.
Ahora, cuando tenemos el inicio y el final, lo del medio se crea solo. No más hay que plasmar las primeras palabras, el primer párrafo (soy especialmente severo con la primera línea y, en general, no me conforman) y el resto se construirá a sí mismo como las últimas palabras de un crucigrama, esas que caen de maduro, llenando de letras los espacios vacíos develando la frase célebre.
Para ser sincero, estas líneas no son más que un mero ataque al síndrome enemigo. Tenía más ganas de escribir sobre mis vacaciones o algún tema que me movilizara más que este bendito tema tan remanido y nunca bien ponderado. Pero es asi, de alguna forma esto vive en nuestras cabezas, ocurre como en esos días donde uno proyecta una importante cantidad de actividades y termina por quedarse en su casa viendo la TV, inmóvil mirando por la ventana o durmiendo la siesta.
En fín, esperemos que este horror anticreacionista sea alguna vez desterrado de nuestros complejos cerebros, para dejar de escribir borradores que provocan rostros sonrojados, para no perder más horas de frustración frente al monitor y, definitivamente, para dejar de regalarle tantas palabras a quien no se las merece por pretender dejar vacío el espacio de la creación...
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