Increíblemente al acercarse las fiestas a la gente le pasan cosas extrañas, cosas que no se experimentan en otras épocas del año. Surgen la solidaridad, los balances, las buenas acciones, la melancolía, la añoranza, la alegría y la tristeza.
De todos estos sentimientos hay algunos que comparto, entiendo y otros que no. Por ejemplo comparto la alegría, la melancolía o la añoranza, esa mezcla de recuerdos de cuando la navidad era un cúmulo de expectativas, de sueños, de creer en los regalos imposibles.
No puedo, en cambio, compartir el sentimiento de tristeza que despierta en tanta gente. Sobre todo cuando esa tristeza es consecuencia de las ausencias. Pienso en que los que faltan querrían vernos de fiesta porque así la hubieran pasado ellos, y porque no tiene sentido celebrar una fiesta para no festejar, es una absoluta contradicción.
Tampoco los balances, no tiene sentido hacer un balance a fin de año...ya no se puede mejorar nada, si se hubiera hecho antes daba tiempo de corregir errores, el 30 de diciembre es tarde...
De mis navidades, las que más recuerdo son las que pasábamos en Padua. No recuerdo haberle escrito una sola carta a Papá Noel, incluso creo que fue una ilusión que no me duró varios años, mas bien pocos.
Sí me acuerdo de pedir, directamente. Y, sobre todo, de soñar. En algún tiempo fantaseaba con un traje de superhéroe (Superman, en general), con los juegos más grandes de Playmobil (léase barco pirata, nave nodriza), cosas que, en general, no llegaban. Pero jamás me desilusionaba de un regalo, nunca. Sí apelaba a cuanta técnica se me ocurriera para lograr mi objetivo, por ejemplo sugerir el regalo en comunidad, en vez de varios regalos pequeños, el que yo quería aportado por todos. Eso, en general, me daba resultados.
Como mis padres se separaron siendo yo muy chico, fui parte de los niños de familia mixta, por lo que mis recuerdos navideños son de una y otra "casa". De la de mi Papá recuerdo que generalmente, y por ser 5 varones, los regalos se relacionaban con el fútbol. Camisetas, botines, pelotas, guantes de arquero. Era lo que más usábamos, sin dudas. Lo bueno de esa "casa" era que no se esperaba hasta las 12 para abrir los regalos, la presión surtía efecto y cerca de las 11 ya teníamos los regalos en la mano. Los regalos de mis abuelos paternos solían ser ropa, igual para todos en sus respectivos talles, para evitar celos y comparaciones. En los años que tuvimos a mi bisabuela Lola nos regalaba plata en un sobrecito blanco, ella ya no tenía demasiada noción del valor y creía que nos daba grandes fortunas...que a veces servían par comprarse un Gráfico o un TDK virgen de 60 para grabar los vinilos de Los Beatles.
De la otra "casa", la de mi Mamá, me acuerdo que se festejaba el 31 y en lo de mi abuela, ese día llegaba Papá Noel ya que yo pasaba el 25 con mi padre. Allí sí lograba los regalos comunitarios y lo que recibía casi siempre eran Playmobils, sin dudas mi juguete preferido. Llegué a tener bastantes incluyendo el barco pirata, una par de helicópteros, camionetas, ambulancias...una flota que ocupaba la totalidad de un placard de mi habitación.
Después, en la adolescencia, las fiestas pasaron a ser una rutina familiar ineludible, previa a la reunión con amigos cerca de las 2 de la mañana en alguna casa. Alguna casa que a partir de mis 18 años fue la mía, ya que fui el primero en independizarse.
Hoy las vivo con más indiferencia, cada año que pasa la indiferencia es mayor aún, es así que las paso, mas como un compromiso que como una verdadera fiesta, sigo prefiriendo los encuentros espontáneos, ocasionales a los convenidos con antelación por el simple hecho de avecinarse una determinada fecha convencional.
Por eso mis mejores recuerdos navideños quedan en la infancia, cuando el encuentro tenía sabor a regalos, almendras con chocolate, pan dulce al que había que sacarle las frutas, el encuentro con primos y tíos 2ºs, los chaski bum y las estrellitas...
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