miércoles, 27 de diciembre de 2006

Amigos...

Nos conocimos en la facultad, en el primer día del curso de ingreso. Eramos 5, nos hicieron poner en grupo, nos presentamos, de rigor, y encaramos la actividad propuesta. Aquel día no sabíamos demasiado. Nadie nos decía si estábamos en la misma comisión o no. Solo sabíamos que, de los 5, 3 superábamos ampliamente la edad promedio del curso. Antes de entrar, Corina y Walter ya hablaban entre sí, yo, me mantenía al margen fumando un cigarrillo, que pocos días después sabría que sería uno de los últimos. Apenas empecé a hablar una vez dentro del aula. Me sentía sapo de otro pozo.

Nadie podía decirnos en ese momento todo lo que íbamos a vivir juntos de ahí en adelante, desde ese marzo de 2003 hasta ahora. Lo bueno, lo malo, las ilusiones, las frustraciones, el apego, los ditanciamientos y las reconciliaciones.

Yo sé que a esos 2 seres maravillosos, Walter y Corina, siempre los tuve al lado, que siempre me apoyaron, me incentivaron, me enseñaron y me hicieron mejor de lo que era. Hoy los considero tíos de mi hija, amigos de mi casa, hermanos de la vida.

Walter, el tipo que mas me enseñó sobre la vida, el hermano mayor que me faltó. Siempre las palabras justas, la fidelidad absoluta; me enseñó cómo se debe leer, cómo entender, como pararme en la vida, como mirarme a los ojos, me enseñó a ver el fútbol en la cancha, a ser auténtico, a saber que hay que "pararse de manos", me enseñó a medir a la gente, las situaciones y su regla de oro: la relación profesor - materia - accesible - fácil - difícil, un hito para los finales. Walter me retó, Walter me animó, Walter no me dejó caer cuando empecé el 2006 por el piso con ganas de dejarlo todo. Walter modeló cada consejo para mi vida, con la mejor fé y sin imposiciones.

No hay muchas palabras que puedan definir a este tipo que me prestó sus libros, sus conocimientos, su verba... siempre me voy a quedar corto, nunca va a ser suficiente mi agradecimiento hacia él.

Nunca voy a olvidar el bar de cada mañana, su café en vaso, nuestras charlas de fútbol, de la gente que pasa, de nuestras infancias, de nuestros recuerdos, de nuestros sueños y proyectos... nunca, son las cosas que se quedan con uno, porque son lo mejor que nos pasa en la vida, el resto es mentira, el resto pasa, pero esto que hoy cuento, no, jamás se olvida, jamás se añora, porque cada charla que compartimos se repite en mi mente cada vez que yo quiero.

Cada vez que relea "De Jardines Ajenos" de Bioy, voy a pensar en el, cada vez que diga que alguien es menos formal que un gato, el va estar ahí, conmigo, como cada vez que escuche un chiste porque él siempre tiene uno, como aquel primer día en el pasillo del edificio de San Juan cuando me dijo..."el humor es un signo de inteligencia" tras decirme que "...hasta un reloj descompuesto, al menos, 2 veces al día, tiene razón..." y fue el primero de una serie interminable e incalculable de chistes, chascarrillos y frases inteligentes que mis limitaciones me impiden recordar.

De Cori, qué puedo decir, lo dice ella, es un ángel, un ser muy especial, también es como mi hermana, fuimos de la mano, nos separamos, nos distanciamos, pero siempre, con solo mirarnos, podemos solucionarlo todo.

De Ana Corina me queda esa entrega brutal de excelente compañera, la que piensa por los demás, soluciona problemas y lo deja todo por el grupo.

En lo personal confieso que jamás tuve una amiga como ella, no creo que la vaya a tener tampoco, tal vez por eso peleamos tanto, y tal vez por eso soñamos tanto y proyectamos mas de lo que podíamos hacer.

Somos carne y uña, compartimos muchos momentos, más de los malos que de los buenos, pero como un puntal el uno de otro. De Cori puedo decir que la conozco, y mucho, tanto como ella a mí, que somos muy parecidos, que ella es mayor que yo, aunque se empeñe en contradecirme.

De ella me queda haber compartido momentos de real amistad en los bares de la facu, me queda haberla visto llorar y haberme permitido llorar ante ella.

Ya nos conocemos el tono de voz, que nos dice mas que cualquier palabra, mis orejas rojas le dejan saber que estoy pasando nervios y sus manos transpiradas me evitan preguntarle por su estado.

Con Cori nos empujamos mutuamente, nos fijamos juntos las metas, buscamos juntos el camino, soñamos y proyectamos, nos pretendimos imprescindibles, pero no lo éramos, porque nadie lo es, sí es muy importante para mí, sí que la voy a extrañar, y mucho. Cuando esté en los pasillos, en el bar, o esperando un taxi en la esquina, voy a sentir su ausencia. De ella me queda esa típica frase de los finales "que es lo peor que te puede pasar?? que te vaya mal??, lo das en otra fecha...".

Cori me sabe vulnerable, sabe como derrotarme, como potenciarme, anularme o hacerme brillar. En el grupo asumió el rol de sobreprotectora mía, cubriéndome las espaldas cuando me negara a hacer trabajos que no fueran de mi gusto, cuidándome de la gente, de los otros y hasta alguna vez, de ella misma, con grandeza de quien quiere de verdad. A ella tampoco creo que le pueda agradecer jamás lo importante que fue y es para mí.
Este trío, que fue sumando y perdiendo gente por el camino, va llegando a su fin en cuanto a la vida universitaria que lo concibió, a esa cotidianeidad que tanto disfrutamos. Cori ya llegó a la meta, yo espero hacerlo en Julio, Diciembre a más tardar y Walter lo hará en Diciembre, sin dudas. A cada cual le tocará seguir su camino, a veces pienso que con unos años menos lo podríamos seguir juntos, pero ya estamos demasiado armados para eso. El tiempo va a demostrarnos si esta amistad sigue intacta, se recicla y reacomoda en nuestras vidas y qué lugar ocuparemos a partir de ahora para los otros.

De seguro que no los voy a olvidar nunca y voy a trabajar para seguir juntos de alguna manera, buscando alguna excusa para juntarnos, para vernos, para contarnos y compartir un café, porque com dije antes, eso es lo mejor de la vida, el resto es puro cuento.-

martes, 26 de diciembre de 2006

Navidades...



Increíblemente al acercarse las fiestas a la gente le pasan cosas extrañas, cosas que no se experimentan en otras épocas del año. Surgen la solidaridad, los balances, las buenas acciones, la melancolía, la añoranza, la alegría y la tristeza.

De todos estos sentimientos hay algunos que comparto, entiendo y otros que no. Por ejemplo comparto la alegría, la melancolía o la añoranza, esa mezcla de recuerdos de cuando la navidad era un cúmulo de expectativas, de sueños, de creer en los regalos imposibles.

No puedo, en cambio, compartir el sentimiento de tristeza que despierta en tanta gente. Sobre todo cuando esa tristeza es consecuencia de las ausencias. Pienso en que los que faltan querrían vernos de fiesta porque así la hubieran pasado ellos, y porque no tiene sentido celebrar una fiesta para no festejar, es una absoluta contradicción.

Tampoco los balances, no tiene sentido hacer un balance a fin de año...ya no se puede mejorar nada, si se hubiera hecho antes daba tiempo de corregir errores, el 30 de diciembre es tarde...

De mis navidades, las que más recuerdo son las que pasábamos en Padua. No recuerdo haberle escrito una sola carta a Papá Noel, incluso creo que fue una ilusión que no me duró varios años, mas bien pocos.

Sí me acuerdo de pedir, directamente. Y, sobre todo, de soñar. En algún tiempo fantaseaba con un traje de superhéroe (Superman, en general), con los juegos más grandes de Playmobil (léase barco pirata, nave nodriza), cosas que, en general, no llegaban. Pero jamás me desilusionaba de un regalo, nunca. Sí apelaba a cuanta técnica se me ocurriera para lograr mi objetivo, por ejemplo sugerir el regalo en comunidad, en vez de varios regalos pequeños, el que yo quería aportado por todos. Eso, en general, me daba resultados.

Como mis padres se separaron siendo yo muy chico, fui parte de los niños de familia mixta, por lo que mis recuerdos navideños son de una y otra "casa". De la de mi Papá recuerdo que generalmente, y por ser 5 varones, los regalos se relacionaban con el fútbol. Camisetas, botines, pelotas, guantes de arquero. Era lo que más usábamos, sin dudas. Lo bueno de esa "casa" era que no se esperaba hasta las 12 para abrir los regalos, la presión surtía efecto y cerca de las 11 ya teníamos los regalos en la mano. Los regalos de mis abuelos paternos solían ser ropa, igual para todos en sus respectivos talles, para evitar celos y comparaciones. En los años que tuvimos a mi bisabuela Lola nos regalaba plata en un sobrecito blanco, ella ya no tenía demasiada noción del valor y creía que nos daba grandes fortunas...que a veces servían par comprarse un Gráfico o un TDK virgen de 60 para grabar los vinilos de Los Beatles.

De la otra "casa", la de mi Mamá, me acuerdo que se festejaba el 31 y en lo de mi abuela, ese día llegaba Papá Noel ya que yo pasaba el 25 con mi padre. Allí sí lograba los regalos comunitarios y lo que recibía casi siempre eran Playmobils, sin dudas mi juguete preferido. Llegué a tener bastantes incluyendo el barco pirata, una par de helicópteros, camionetas, ambulancias...una flota que ocupaba la totalidad de un placard de mi habitación.

Después, en la adolescencia, las fiestas pasaron a ser una rutina familiar ineludible, previa a la reunión con amigos cerca de las 2 de la mañana en alguna casa. Alguna casa que a partir de mis 18 años fue la mía, ya que fui el primero en independizarse.

Hoy las vivo con más indiferencia, cada año que pasa la indiferencia es mayor aún, es así que las paso, mas como un compromiso que como una verdadera fiesta, sigo prefiriendo los encuentros espontáneos, ocasionales a los convenidos con antelación por el simple hecho de avecinarse una determinada fecha convencional.

Por eso mis mejores recuerdos navideños quedan en la infancia, cuando el encuentro tenía sabor a regalos, almendras con chocolate, pan dulce al que había que sacarle las frutas, el encuentro con primos y tíos 2ºs, los chaski bum y las estrellitas...

martes, 19 de diciembre de 2006

"...No hay mucho más en la vida..."


Cierta noche, charlando con un amigo, y mientras tomábamos un café en la terraza de la casa de una amiga común, surgióel tema de aquellas cosas que uno se permite soñar, incluso estando despierto. Yo le conté mi meta, la de vivir mis últimos años en una casa con jardín, árboles frutales, pajarera, tal vez perros, una gran biblioteca y mucha sencillez. El me contó con detalles de arquitecto, cosa que no es ni sueña ser, su proyecto del quincho propio en su PH. Imaginó hasta los comensales y los manjares, cada lugar, cada rincón se vaciaba de su original nada para llenarse con algún objeto de variada utilidad, fue como un viaje imaginario a ese lugar que ya tenía impregnada su magia, a pesar de su existencia en la virtualidad.

Mientras se enfriaba el café, entonces, me contó, seguramente para justificar nuestro divague onírico, aquello que un cuñado suyo le había dicho una vez, una frase que nunca pudo olvidar.
Resulta que su cuñado tenía un trabajo en el sur del país, en un lugar no demasiado poblado, al que había llegado producto de sendos traslados. El asunto es que al tipo se le venía encima el tiempo de la jubilación, ante lo cual mi amigo le preguntó que iba a hacer una vez jubilado. Claro, la lógica le indicaba una respuesta del tipo "buscaré casa en Buenos Aires", "me pondré un Kiosco", "compro un coche y lo hago remisse"...pero no, el cuñado le dijo que se quedaría en ese pueblo inhospito donde trabajaba, con suficiencia y convicción, con mirada pícara, sabiendo lo que esa respuesta provocaría en su interlocutor. Mi amigo, aporteñado él, le preguntó entonces, qué iba a hacer en un lugar como ese, al que, claro, no le veía demasiados atractivos. La respuesta lo pasmó. Con aire despreocupado y como ensayando una reflexión con tono filosófico le dijo..."Leer, viajar...no hay mucho más en la vida...".
Entendí que nunca se olvidara de ese diálogo...pero mucho más se lo agradecí.-