Una mañana mientras desayunaba en mi casa me planteé cuándo jugaría mi último partido de fútbol. En realidad una par de semanas antes había tenido unos dolores muy fuertes en mi rodilla operada y, ante el temor a reincidir en una lesión grave, había decidido no seguir si el diagnóstico me era desfavorable. Eso se solucionó pero la idea en mi cabeza quedó.
Ese día reflexioné que hay un momento donde ya no tiene sentido ir a patear una pelota, lo cual me dió la idea de que el momento se avecina, ya que hasta allí jamás había contemplado la posibilidad de que ese juego perdiera sentido en mi universo.
Terminé resolviendo que pasados los 35 el fútbol debe terminarse. Los gestos técnicos ya se vuelven demasiado torpes, los músculos tardan en recuperarse ya más de 2 días y los riesgos de lesiones se acrecientan a la vez que se ponen en juego las responsabilidades diarias del pretendido atleta.
Es cierto que, además, al jugar partidos contra muchachos más jóvenes, uno roza el ridículo y siente verguenza cada vez que la pelota le pasa cerca y no llega. O peor aún, cuando pensamos que llegamos con holgura a la redonda y terminamos golpeando el tobillo malamente. Sin mala intención un golpe suele ser peor que el foul certero, uno lo sabe. Estuvo del otro lado.
Yo para esto corro incluso con una ventaja. Desde mi operación en la rodilla me dediqué a atajar. Por lo tanto corro menos y veo a mis compañeros, coetáreos míos, dando vueltas como bolas sin manija a merced de los chicos que se florean ante los grandulones.
Para peor, en cada charla que tenemos antes de los partidos, nos vamos en palabras sobre nuestra experiencia y el control de pelota que podemos tener, como ventajas sobre su estado físico...es inútil, corren mejor, cubren todos los espacios y sabemos, justamente por experiencia, que contra eso es casi imposible, un equipo corre y el otro no, el resultado es (casi) siempre el mismo.
Claro que, con todo esto, a uno le vienen los recuerdos, y con ellos alguna sonrisa o un desagrado. Yo de chico era de los peorcitos de mi grado. Cuando se armaban los equipos me tocaba el banco o el arco. En un campeonato del colegio fui defensor y me tocó desperdiciar uno de los 4 penales de desempate (erramos los 4, una maravilla). En otro campeonato atajé y la suerte no fue mejor. Ya al final de mi primaria la escuelita de fútbol de Hugo y Carlos Lara (un ex jugador de Ferro), los sábados bajo la autopista, me dió algo de técnica y confianza, gran déficit mío por aquellos tiempos. Ya en la secundaria fui un defensor mas alineado, rústico pero eficiente que se revolcaba por el pasto de la ciudad deportiva de San Lorenzo. Luego dejamos el césped por el cemento y ahí me fui a jugar de delantero. La verdad que la embocaba seguido. Después nos tocó jugar en Asociación Cristiana, se jugaba menos pero casi siempre de delantero con buena fortuna. Eso sí, sin lujos.
Con el tiempo empecé a mirar más fútbol y a ir a la cancha, el delantero que más me gustaba era el Manteca Martínez, el uruguayo goleador de Boca. De él tomé eso de meter goles sin importar como. Ubicarme cerca de los 3 palos y empujar la pelota, total, siempre valía uno.
Realmente ese era mi puesto, lo sentía, lo disfrutaba. Me hizo volver egoísta, me sentía bien si metía goles por encima de la suerte de mi equipo. Así seguí varios años, hasta que un día que jugué de volante en cancha de 11 mi rodilla derecha dijo basta y se rompió. Ligamento cruzado anterior... pero no me operé, prefería los dolores y la inflamación a un quirófano y anestecia.
Todo ese tiempo seguí como delantero, recuerdo el 95 como mi mejor año. Jugábamos Ale al arco (terminó jugando al fútbol en San Juan), Pablo abajo, Emi de abajo al medio, Yo del medio para arriba y Hernán de punta. Cada sábado, después de la facultad nos juntábamos a jugar. Era muy difícil que perdierámos y eso que desafiábamos a todos. Una noche en las canchas de El Cóndor metí 17 goles de 23, eramos una máquina.
Otro año bueno fue el 2000, también con Hernán, Matías de abajo al medio, el Gordo Pita abajo y el mejor arquero con el que jugué y hoy no recuerdo su nombre, que casualmente era fanático de los fierros y no gustaba del fútbol, pero iba con fuerza abajo y era la pelota o el hombre. Ahí metí muchos goles también y me permitía jugar abajo cuando el Gordo Pita no venía. Un día, jugando como defensor, despejé de cabeza hacia el lateral opuesto cortando un pase de gol, Matías, que volvía desesperado gritó "Cuanto criterio...·. Lo recuerdo como un gran elogio.
Después de eso ya vino la lesión, y a fines de 2002, ya casado, decidí operarme para no sufrir más. La rehabilitación me costó mucho y volví con miedo, entonces decidí empezar por el arco en un campeonato al que me había invitado Matías, ya que aquel gran arquero fierrero hincha de Ford se había lesionado una mano. Mi actuación fue regular y debí abandonar por problemas en la cervical. Ya ahí creí que no jugaba más.
Pero un día mi gran amigo de la infancia, Guido, me llamó para jugar "todos los jueves" con el grupo de la escuela primaria, "de paso nos vemos". Me fuí al arco. Al segundo partido, en la primer pelota me fracturé la mano. Dos operaciones y a esperar.
Desde Marzo del 2005 el retorno fue mejor, siempre en el arco y en buen nivel una vez que agarré continuidad, pero notando que uno ya no sigue a los más jóvenes.
En mi equipo actual todos rondamos los 30, Guido, Lecho, Pablo, el Negro que tiene un par menos pero, con el faso y las milanesas, se pone a la par nuestra.
Por eso, de tanto ver, vernos y verme, me hice a la idea de que no quedan ni tantos partidos por delante como pensé aquella tarde después de probarme en el Club Oeste, donde no quedé. De la cancha de 11 ya me olvidé, jugué hace unos días y comprobé que ya no puedo, el físico no dá mas. En la de 5 pienso que me quedarán 4 ó 5 años más.
Después me dedicaré a mirar y disfrutar de la charla ante y post partidos, de los asados y a soñar mis mejores sueños de fútbol pero dejando atrás aquellos días, los que empezaron cuando eramos chicos y jugabamos en el patio de la casa paterna con mi hermano Pablo, relatando nuestros nombres como el de grandes figuras del fútbol que repetían, alternadamente, increíbles proesas futbolísticas, siempre tan parecidas a la del Domingo anterior...