viernes, 12 de enero de 2007

De los Fulvencito a Total 90...


Una mañana mientras desayunaba en mi casa me planteé cuándo jugaría mi último partido de fútbol. En realidad una par de semanas antes había tenido unos dolores muy fuertes en mi rodilla operada y, ante el temor a reincidir en una lesión grave, había decidido no seguir si el diagnóstico me era desfavorable. Eso se solucionó pero la idea en mi cabeza quedó.


Ese día reflexioné que hay un momento donde ya no tiene sentido ir a patear una pelota, lo cual me dió la idea de que el momento se avecina, ya que hasta allí jamás había contemplado la posibilidad de que ese juego perdiera sentido en mi universo.


Terminé resolviendo que pasados los 35 el fútbol debe terminarse. Los gestos técnicos ya se vuelven demasiado torpes, los músculos tardan en recuperarse ya más de 2 días y los riesgos de lesiones se acrecientan a la vez que se ponen en juego las responsabilidades diarias del pretendido atleta.


Es cierto que, además, al jugar partidos contra muchachos más jóvenes, uno roza el ridículo y siente verguenza cada vez que la pelota le pasa cerca y no llega. O peor aún, cuando pensamos que llegamos con holgura a la redonda y terminamos golpeando el tobillo malamente. Sin mala intención un golpe suele ser peor que el foul certero, uno lo sabe. Estuvo del otro lado.


Yo para esto corro incluso con una ventaja. Desde mi operación en la rodilla me dediqué a atajar. Por lo tanto corro menos y veo a mis compañeros, coetáreos míos, dando vueltas como bolas sin manija a merced de los chicos que se florean ante los grandulones.


Para peor, en cada charla que tenemos antes de los partidos, nos vamos en palabras sobre nuestra experiencia y el control de pelota que podemos tener, como ventajas sobre su estado físico...es inútil, corren mejor, cubren todos los espacios y sabemos, justamente por experiencia, que contra eso es casi imposible, un equipo corre y el otro no, el resultado es (casi) siempre el mismo.


Claro que, con todo esto, a uno le vienen los recuerdos, y con ellos alguna sonrisa o un desagrado. Yo de chico era de los peorcitos de mi grado. Cuando se armaban los equipos me tocaba el banco o el arco. En un campeonato del colegio fui defensor y me tocó desperdiciar uno de los 4 penales de desempate (erramos los 4, una maravilla). En otro campeonato atajé y la suerte no fue mejor. Ya al final de mi primaria la escuelita de fútbol de Hugo y Carlos Lara (un ex jugador de Ferro), los sábados bajo la autopista, me dió algo de técnica y confianza, gran déficit mío por aquellos tiempos. Ya en la secundaria fui un defensor mas alineado, rústico pero eficiente que se revolcaba por el pasto de la ciudad deportiva de San Lorenzo. Luego dejamos el césped por el cemento y ahí me fui a jugar de delantero. La verdad que la embocaba seguido. Después nos tocó jugar en Asociación Cristiana, se jugaba menos pero casi siempre de delantero con buena fortuna. Eso sí, sin lujos.


Con el tiempo empecé a mirar más fútbol y a ir a la cancha, el delantero que más me gustaba era el Manteca Martínez, el uruguayo goleador de Boca. De él tomé eso de meter goles sin importar como. Ubicarme cerca de los 3 palos y empujar la pelota, total, siempre valía uno.


Realmente ese era mi puesto, lo sentía, lo disfrutaba. Me hizo volver egoísta, me sentía bien si metía goles por encima de la suerte de mi equipo. Así seguí varios años, hasta que un día que jugué de volante en cancha de 11 mi rodilla derecha dijo basta y se rompió. Ligamento cruzado anterior... pero no me operé, prefería los dolores y la inflamación a un quirófano y anestecia.


Todo ese tiempo seguí como delantero, recuerdo el 95 como mi mejor año. Jugábamos Ale al arco (terminó jugando al fútbol en San Juan), Pablo abajo, Emi de abajo al medio, Yo del medio para arriba y Hernán de punta. Cada sábado, después de la facultad nos juntábamos a jugar. Era muy difícil que perdierámos y eso que desafiábamos a todos. Una noche en las canchas de El Cóndor metí 17 goles de 23, eramos una máquina.


Otro año bueno fue el 2000, también con Hernán, Matías de abajo al medio, el Gordo Pita abajo y el mejor arquero con el que jugué y hoy no recuerdo su nombre, que casualmente era fanático de los fierros y no gustaba del fútbol, pero iba con fuerza abajo y era la pelota o el hombre. Ahí metí muchos goles también y me permitía jugar abajo cuando el Gordo Pita no venía. Un día, jugando como defensor, despejé de cabeza hacia el lateral opuesto cortando un pase de gol, Matías, que volvía desesperado gritó "Cuanto criterio...·. Lo recuerdo como un gran elogio.


Después de eso ya vino la lesión, y a fines de 2002, ya casado, decidí operarme para no sufrir más. La rehabilitación me costó mucho y volví con miedo, entonces decidí empezar por el arco en un campeonato al que me había invitado Matías, ya que aquel gran arquero fierrero hincha de Ford se había lesionado una mano. Mi actuación fue regular y debí abandonar por problemas en la cervical. Ya ahí creí que no jugaba más.


Pero un día mi gran amigo de la infancia, Guido, me llamó para jugar "todos los jueves" con el grupo de la escuela primaria, "de paso nos vemos". Me fuí al arco. Al segundo partido, en la primer pelota me fracturé la mano. Dos operaciones y a esperar.


Desde Marzo del 2005 el retorno fue mejor, siempre en el arco y en buen nivel una vez que agarré continuidad, pero notando que uno ya no sigue a los más jóvenes.


En mi equipo actual todos rondamos los 30, Guido, Lecho, Pablo, el Negro que tiene un par menos pero, con el faso y las milanesas, se pone a la par nuestra.


Por eso, de tanto ver, vernos y verme, me hice a la idea de que no quedan ni tantos partidos por delante como pensé aquella tarde después de probarme en el Club Oeste, donde no quedé. De la cancha de 11 ya me olvidé, jugué hace unos días y comprobé que ya no puedo, el físico no dá mas. En la de 5 pienso que me quedarán 4 ó 5 años más.


Después me dedicaré a mirar y disfrutar de la charla ante y post partidos, de los asados y a soñar mis mejores sueños de fútbol pero dejando atrás aquellos días, los que empezaron cuando eramos chicos y jugabamos en el patio de la casa paterna con mi hermano Pablo, relatando nuestros nombres como el de grandes figuras del fútbol que repetían, alternadamente, increíbles proesas futbolísticas, siempre tan parecidas a la del Domingo anterior...

jueves, 11 de enero de 2007

Una Pecera Eléctrica...


Particularmente tengo por hobby dedicarme a la cría de peces, incluso, hoy día tengo en mi casa dos peceras, una en el living y otra en mi estudio. Vale aclarar que a esto me dedico desde mis quince años, o sea la mitad de mi vida (aunque la cuenta en cuestión me horrorice), por lo tanto ya tengo más o menos conocidos los hábitos de estos simpáticos animalitos acuáticos.


De más está decir que a mí ya no me sorprende la conducta que cada uno adopta desde su ingreso a la pecera ni su comportamiento diario en lo sucesivo. De hecho, yo ya he realizado un "cásting" previo en el acuario durante una media hora que me permite predecir el carácter de cada uno y que rol ocupará en la pecera. De esa manera uno sabe si los peces que está mezclando tendrán una convivencia más o menos pacífica. Incluso si alguno tendrá inconvenientes para alimentarse, o simplemente para sobrevivir debido a su tamaño.


Lo cierto, y a ello voy con estas líneas, es que al ver Gran Hermano, el programa que emite TELEFE en sucesivas ediciones y/o segmentos, me recuerda al comportamiento de los peces ornamentales ya que es una cosa sin explicación, al menos desde el punto de vista instintivo de los humanos.


Desde el principio la historia se desarrolla más o menos igual, el matíz sería la composición biológica de los organismos en cuestión.


Primero, la productora realiza un cásting, elige las X personalidades que le son necesarias para generar las porciones de caos y armonía necesarias para lograr el codiciado rating. Del carácter de cada elegido será el grado de manipulación que el Gran Hermano tendrá sobre él una vez que empiece el encierro.


Gran Hermano ya sabe que rol va a ocupar cada participante, de ahí en más las distintas actividades y disparadores que el omnipresente les proponga serán con el claro objetivo de generar alguna reacción que mejore la expectativa del programa.


Uno puede ver el primer día nomás como todos van juntos de un lado a otro con su maletín de ingreso, como a veces van hasta tomados de la mano, como con miedo a perderse...

Pocas horas después ya veremos grupúsculos, que, de cualquier forma, no serán los definitivos. Algunos ya se van acomodando en sus rincones. Unos en la pieza, otros en la mesa del comedor, algunos en la cocina y otros en el patio.


Quizás no el primero, pero al segundo día ya empiezan las largas sesiones de confesiones y los diálogos típicamente fogoneros.


Unos consideran imposible nominar a gente tan buena, otros confiesan pasados vergonzantes, algunos con pudor, otros con orgullo, se relatan tediosas y tristes historias de familia, siempre hay un par que ya se miran con cariño, y no faltan ni la historia homosexual ni la madre que dejó uno o más hijos afuera a cuidado del "desgraciado" del padre.


Seguramente las primeras reuniones grupales versarán sobre el deber de sinceridad como un código inquebrantable. El horario deja de existir y se dormirán con los primeros rayos de sol y almorzarán a la media tarde.


Después llegan las nominaciones, ahí sobrevienen las desilusiones, los cálculos aritméticos, la desconfianza hasta en la sombra. Es el momento en el que aquello de que todos son buena gente se abandona para empezar a ser una competencia, tal como quiere la producción.


Así veremos como el líder empieza a llenar la cabeza de los más calladitos, el contralider hará su trabajo de convencer a los ya convencidos, los más seguros seguirán con su vida pero los inseguros...los inseguros caen en el infierno y se sofocan por el encierro. Empiezan a preguntar para saber porqué los nominaron, abandonan su personalidad y se vuelven serviles para congraciar al resto, buscando oxígeno por si zafan, extrañana el afuera pero dan su vida por el adentro, dicen querer salir, que están decepcionados y bla bla bla pero pegan un salto que nos recuerda al mejor Soldán cuando saben que se salvaron de salir de la casa. Ese día el infierno termina, lloran por la tensión contenida, se abrazan con quien se le cruza por delante y vuelven a querer a todos.


En cambio, si les toca salir dan rienda suelta a su rencor, hablan de todo y de todos, claman por la inocencia de sus afines y piden la ejecución pública y gratuita de quienes fueron más capaces y lo eliminaron (si puede hablarse cabalmente de capacidades). Para ello desfilarán por cuanto programa de TV se pueda, a cualquier horario y en cualquier lugar, siendo parte del segundo cásting de su incipiente carrera. Ahora hay que ver quién mide bien en pantalla, quien genera y sostiene mejores escándalos y así se forjan una carrera en el medio en tiempo récord y sin necesidad de quemarse las pestañas.


Todo esto en casa no trascurre de forma muy diferente a la de tener una pecera en el comedor. A las pocas horas uno ya puede tener encendido el televisor en el canal en vivo de este programa mientras se dedica a los quehaceres diarios, ignorando la mayor parte del tiempo qué sucede en la caja boba. En ese momento habrá un participante tímido sentado en una pieza o un pez tímido detrás de una piedra. Habrá un líder natural que habla fuerte mientras no deja de recorrer la casa comprobando que todo esté bajo control o un pez, más gordo o veloz que los demás que no cesará de dar vueltas por la pecera, golpeando a quienes se lo topan, dejando en claro quien manda allí. No faltará la parejita que se deshace en arrumacos ni 2 peces que se persigan como tortolitos. Estará el más rapido para armar su estrategia de supervivencia, como habrá un pez rápido para alcanzar mayores porciones de alimentos que aquellos rezagados.


Lo cierto es que entre estrategias y relaciones humanas sinuosas 18 personas conviven en busca de un modo de vida ocioso pero superviviente, seguramente muy inferior al medio de vida externo, excepto que este fuera excesivamente malo. No hay que olvidarse que lo que esta gente hace durante casi 4 meses es luchar por la pérdida de su propia libertad.